Muchas personas viven confiadas en que después de morir
pasarán a mejor vida, y que ese ha sido el destino de todos los que han
muerto.
¿Nosotros estamos seguros que entraremos al cielo?
Si en nuestra vida abunda el pecado no podemos estar tan
confiados.
Más bien, estemos preparados porque no sabemos el día ni la
hora en que nos presentaremos ante Dios a dar cuentas de nuestra vida terrenal.
Por eso no podemos perder
el tiempo en cosas que no nos dejan ningún provecho, no estemos cruzados de
brazos, busquemos el conocimiento de Dios por el estudio de la Sagrada
Escritura a la luz del Magisterio de la Iglesia, pues sin conocer a Dios no
podemos salvarnos: “En esto consiste la Vida eterna, en que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesús” Jn 17, 3. Y solo conociéndolo podremos amarlo.
Si no lo conocemos, y no nos reconciliamos con Él, por medio
del sacramento de la reconciliación, no habrá salvación posible.
Mateo 5,3 dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos” esa es la recompensa que da Dios al
que se humilla delante de Él.
Cumplamos los mandatos de la ley porque eso es agradable a
Dios (Deut 30, 11-14).
Y hay que decir como San Pablo: “Todo lo puedo en aquél que
me conforta”(Fil 4, 13)
En nuestras manos está si decidimos trabajar y luchar para
entrar en el Reino de los cielos, esa será la recompensa que recibiremos si
buscamos hacer la Voluntad de Dios.
Descargalo aquí-----> http://www.kerygma.com.mx/tkerygmaticos/triptico11.pdf
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